El 80% del azúcar que consumimos está oculto en los alimentos cotidianos, como los ‘saludables’ cereales del desayuno, los yogures, las bebidas lácteas, las comidas preparadas, los refrescos…
Según los expertos el consumo de azúcar se puede convertir en una adicción.
Para algunos médicos, el azúcar es tan peligroso como los cigarrillos, y la causa principal de una serie de enfermedades graves, como la obesidad infantil, la diabetes, las enfermedades del corazón, la hipertensión y muchos cánceres comunes… que indudablemente no dejan de crecer.
Sin embargo el lobby del azúcar niega cualquier relación entre azúcar y enfermedades.
Antes se ponía azúcar en el té, en el café o en los pasteles, nada más.
Pero después de la guerra la industria alimentaria se dio cuenta de que podía fabricar dulces para comer entre horas y ésta fue la perdición no solo de los países industrializados sino también de los más pobres.
Al hacer las pruebas de sabor, los fabricantes se percataron de que a la gente le gustaban las cosas dulces.
Con la mezcla de materia grasa y azúcar encontraron el producto ideal.
Hoy día todo tiene azúcar… y en muchas ocasiones en enormes cantidades.
De hecho el sabor dulce es innato y se manifiesta desde bebés.
Sabéis que antiguamente a los bebés que lloraban les «enchufaban» el chupete mojado en azúcar y automáticamente se callaban relamiéndose.
Luego se producían las correspodientes caries no solo en los dientes de leche sino en los definitivos.
Desde un consumo inferior a 1/2 kilo por persona y año en torno al año 1.850, hasta los 4 kilos en el 2.000, no hemos hecho más que ver un deterioro de la salud hacia problemas que, gracias a la ciencia, sabemos que están relacionados con la nutrición.
En Francia se consume millón y medio de toneladas de azúcar al año, más de la mitad en productos procesados.
Y no sólo en productos dulces, sino en alimentos preparados y en todo tipo de refrescos.
Así es como la industria nos ha hecho adictos poco a poco.
La Organización Mundial de la Salud ya decía hace años que se debía dejar de añadir azúcar a los alimentos.
Pero en 2003, ¡fijaros si hace tiempo!, otro informe para la OMS reforzaba la teoría anterior y establecía una relación directa entre la obesidad y el consumo de azúcar.
Pero, la primera industria del mundo es la comida, es decir el sector agroalimentario, y es un «imperio» tan ultra-poderoso que enfrentarse a él puede acarrear problemas.
Francia, dónde la alimentación es también la primera industria del país, un peso pesado de la economía, es el primer productor de azúcar en Europa.
En los últimos años la industria azucarera ha estado a la ofensiva y ha minimizado los efectos del azúcar.
Serge Ahmed es un especialista en adicciones del Centro Nacional de Investigación Científica en Burdeos.
Sus ratas de laboratorio no estaban destinadas a investigar sobre el azúcar, sino sobre la droga cocaína en forma líquida que es con lo que él experimentaba.
Un día Serge Ahmed para medir mejor la adicción al azúcar, ofrece a sus ratas probar también agua azucarada, en principio una sustancia neutra e inofensiva.
Entre la jeringuilla de cocaína líquida que se les ofrece a las ratas que son ya adictas a la cocaína y el agua azucarada que también se les brinda, las ratas adictas deberían elegir la cocaína.
Pero, sorpresa… aproximadamente entre el 80 y 90% de las ratas del experimento se decantaron por el agua azucarada en lugar de la cocaína, y bebían cada vez más.
El azúcar es tan adictivo como la cocaína, y Serge Ahmed es uno de los primeros en publicarlo.
Desde entonces, otros científicos lo han confirmado.
Según sus investigaciones, es como si el azúcar produjera un «delicioso cosquilleo» en las neuronas del cerebro.
Por eso cuando hay problemas de sobrepeso u obesidad, o de ansiedad los enfermos demandan o picotean alimentos dulces ya que la ingesta de azúcar libera dopamina, exactamente como las drogas.
Pero, no todos los azúcares son iguales.
La fructosa, la sacarosa y el jarabe de azúcar procedente del maíz son las variedades más nocivas para la salud y estos jarabes de glucosa y fructosa nos los están colando por todas partes.
Hasta las mermeladas de marca conocida que se han hecho siempre con azúcar se elaboran ahora con estos jarabes, con más poder endulzante, que son líquidos y que les evita acarrear sacos pesados de azúcar.
Como todavía las hay elaboradas con azúcar o con miel, escoger estas últimas.
Para el doctor Esteban Jódar Gimeno, Jefe de Servicio de Endocrinología y Nutrición del Hospital Universitario Quirón de Madrid, «los azúcares simples como la sacarosa o azúcar, pero aún más la fructosa, se absorben muy rápidamente del intestino a la sangre y pueden ser un riesgo añadido para el desarrollo de la diabetes, la obesidad y sus enfermedades asociadas.
Además, en los últimos tiempos estamos reconociendo un potencial papel adictivo de algunos de estos azúcares que originarían una respuesta destinada a incrementar paulatinamente su consumo».
Determinar dónde está el límite a la hora de tomar azúcar resulta difícil.
Tras realizar múltiples entrevistas a gerentes de las multinacionales alimentarias más famosas tales como Coca-Cola, Kraft, Frito-Lay y Nestlé y revisar varios estudios en sus 3 años de investigación, Michael Moss, el ganador del premio Pulitzer en 2010, mostró cómo las empresas son conscientes de que una determinada cantidad de azúcar, grasas y sal, causan casi tanta dependencia como la cocaína y en lugar de calmar el apetito, nos hacen querer más.
Es lo que él llama el “punto de la felicidad”, es decir, la proporción ideal de cada ingrediente para “enganchar” a los consumidores.
“Su procesamiento está pensado para lograr el vínculo perfecto entre el consumo de estos alimentos y la sensación de bienestar, al activar mecanismos cerebrales que nos hacen dependientes”, señaló.
De acuerdo a los informes revisados por Moss, este “punto de la felicidad” aumenta el riesgo de obesidad, diabetes, asma e incluso esclerosis múltiple.
Además, dice que los componentes de los alimentos se modifican químicamente para que sean más “adictivos”, es decir se alteran para “potenciar el sabor dulce hasta en un 200%”, sin considerar que esto complica la metabolización del alimento, desencadenando no sólo el aumento de peso, sino también incrementando el riesgo de sufrir enfermedades.
Por ejemplo, el también señala que en muchos productos se usa jarabe de maíz alto en fructosa en lugar de azúcar, porque esta sustancia tiene la capacidad de “desactivar” la parte del cerebro donde se regula el apetito, precisamente donde disminuyendo la saciedad.
Por otro lado acusa que otra de las tácticas de las empresas son las agresivas campañas publicitarias dirigidas a los más pequeños y especialmente a los segmentos más bajos, añadiendo que la mayoría de los gerentes entrevistados afirmaron que no les dan a sus hijos los productos que ellos mismos venden.
Tras la publicación de su libro, «Salt Sugar Fat:(How the Food Giants Hooked Us)», es decir «Sal, azúcar y grasas: cómo los gigantes de la alimentación nos han enganchado», algunas multinacionales han encargado estudios para demostrar que no hay evidencia de que los alimentos que distribuyen causen dependencia.
Además, niegan que existan datos fidedignos que muestren que las personas con sobrepeso son adictas a la comida.
Pero, evidentemente, es porque les toca muy de cerca en sus beneficios.
Muchas madres actuales, afortunadamente no todas, en su afán de ser «más madres» suministran a sus hijos desde muy pequeños yogures con azúcar en lugar de totalmente naturales, derivados lácteos azucarados, caramelos, golosinas y «chuches» dulces…
¡Si supieran realmente el peligro que corren sus hijos, seguro que no lo harían!
Porque luego siguen dándoles cereales, por supuesto dulces, refrescos y “zumos” naturales pero que llevan azúcar, bollería industrial no solo cargada de azúcares sino de grasas saturadas…
Algunos niños pueden consumir al día, 100 g de azúcar, el equivalente a 20 azucarillos.
Muchos se preguntarán:
¿Por qué se siguen fabricando y ofreciéndose al consumidor que los consume en abundancia?
Porque es un gran negocio muy lucrativo y que mueve millones y millones.
Ya hablaremos otro día de los refrescos que también “tienen tela”.