Si usáis frecuentemente queso rallado podéis tenerlo siempre formando parte de vuestra «despensa fría».
Hay muchísimos artilugios caseros, rápidos y cómodos para prepararlo en el hogar, desde un robot multifunción, a los clásicos ralladores manuales de siempre, con o sin pilas, y rallándolo vosotros sabréis siempre lo que estáis comiendo.
Podréis incluso aprovechar algún resto que se ha quedado duro en la nevera por cualquier motivo, o uno que habéis comprado a propósito para rallarlo, y os ahorraréis bastante dinero puesto que el que os venden ya rallado y envasado es bastante más caro que el mismo tipo en pieza, y si es barato, ¡mucho cuidado porque puede llevar hasta ¡cortezas ralladas!
Guardar este queso recién rallado en un tupper redondo, lleno hasta arriba, comprimiéndolo un poco incluso con los dedos para que quede muy poco aire entre todas las partículas finas del interior.
Cerrarlo, levantar la tapa o la lengüeta para expulsar el poquísimo aire que queda en su interior y guardarlo en una zona fría de la nevera. Os durará así muchos días.
Si un día usáis la mitad nada más de este tupper, guardarlo lo más rápidamente posible de nuevo en la nevera, después de haber sacado el que necesitabais y recordar que esta segunda mitad se os conservará peor porque ya tiene aire en su interior.
Vigilarlo y antes de que críe moho, consumirlo.
Si queréis una conservación más larga congelarlo, como siempre al máximo de frío, y si lo usáis muy a menudo, también lo podéis tener casi permanentemente en el congelador, formando parte de vuestra «despensa congelada o fondo de congelador».
El queso rallado, como el pan rallado o el perejil picado, tiene la ventaja de que aunque esté congelado no forma un bloque compacto, sino que se puede retirar con la punta de un cuchillo pequeño la cantidad que se necesita, sin descongelarlo, guardando de nuevo el resto en el congelador.